A sus 84 años, ella recuerda muchas cosas.
Recuerda como tuvo que irse de Teruel, para trabajar en Barcelona en plena posguerra
Recuerda como su familia se oponía a su verdadera felicidad
Recuerda como todas se rifaban a Antonio
Recuerda -todavía ilusionada- como él la pretendía a ella
Recuerda cuando le dijeron a su padre: «Le comunico que Amelia está enamorada de un rojo»
Recuerda como, mientras cosía en la fábrica, se daba «grandes hartones de llorar»
Recuerda como subían al tren separados, se encontraban en su interior, y bajaban, de nuevo, cada uno de un vagón
Recuerda las «pillerías» que tuvieron que inventar para hacerse llegar telegramas a escondidas
Recuerda sus «visiones y palpitaciones», como si de una loca se tratara, pero que no eran más que síntomas del amor que se profesaban
«Yo había de ser de Antonio o de nadie más»
Amelia se comprometió por empeño
Se casaron el 7 de julio de 1956
Amelia finalmente fue de Antonio como lo fue él de ella
Lo fue hasta septiembre de 2001, cuando el destino quiso separarlos de nuevo
Antonio desapareció de este mundo, pero no del de su familia ni del corazón de Amelia
Hoy, en un pequeño rincón de Teruel, considerado como un paraíso para quienes lo frecuentan, Antonio tiene su árbol. Un nogal al que cuidó con tanto mimo como lo siguen haciendo los suyos. Allí, Amelia quiso dejar su último mensaje, algo que sirve de recuerdo de las dificultades y el dolor sufrido, pero superado por ambos de una manera ejemplar. «No olvidarte es quererte», ese es el mensaje que puede contemplarse en su amado árbol. Tal vez no sea la historia de los Amantes de Teruel, pero, ¿acaso tendrían algo que envidiar Amelia y Antonio a Isabel y Diego? Yo creo que no, y esta historia es una muestra de ello.